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LA VIDA EN EL EXTREMO NORTE
Una perspectiva sobre el cielo de acuerdo a la teoría de la información

Hedonic compass
""Si alguien te ofreciera una píldora que promete la felicidad eterna, te convendría correr lo más lejos y rápido posible. Las emociones conforman una brújula que nos dice qué hacer y una brújula que apunta eternamente al norte no tiene valor alguno"."
Professor Daniel Gilbert
Departamento de Psicología, Universidad de Harvard


Millones de personas en el mundo moderno tienen una brújula que "apunta eternamente al sur". Están siempre infelices y descontentos, sufren de dolor crónico o depresión. A veces, quienes son víctimas de anhedonia severa, no pueden siquiera imaginar lo que es ser feliz. Por fortuna, no todos sus días son igual de malos. En cierto sentido, un tipo de sistema motivacional aún funciona: su brújula emocional puede apuntar tanto al norte como al sur, pero sus vidas las pasan por completo en un erial donde sólo crecen la tristeza y la desesperanza.

        En el otro extremo del espectro, una pequeña minoría de personas han sido bendecidas con una brújula que "apunta eternamente al norte". En casos patológicos, puede ir acompañada de manía, pero en ocasiones solo poseen distintos grados de "hipertimia". En otras palabras, sus vidas oscilan en torno a puntos de ajuste hedónicos inusualmente altos, cuando los comparamos con la norma del mundo darwiniano. El bienestar hipertímico es crónico, mas no uniforme. Algunos días de la vida hipertímica son incluso más maravillosos que otros; al realizar sus actividades favoritas, los hipertímicos son aún más felices que de costumbre. Para reiterar: la brújula emocional de los hipertímicos es bidireccional; la escala puede ser distinta, pero es funcional. El contraste pertinente yace en que los hipertímicos son motivados por señales de información transmitidas a través de gradientes de bienestar, mientras que quienes padecen distimia, depresión y dolor crónico pasan sus vidas luchando por minimizar el malestar. En ambos casos, los gradientes afectivos son los que gobiernan.

        Las personas "normales" o "eutímicas" pueden pensar que los hipertímicos y "optimistas" ven el mundo de color de rosa, que su sistema de procesamiento de la información posee un sesgo sistemático. Por el contrario, los hipertímicos nos ven al resto como irracionalmente pesimistas. Las personas con depresión crónica, por otro lado, pueden creer que tanto eutímicos como hipertímicos estamos alucinando. En efecto, las víctimas de depresión melancólica pueden sentir que el mundo es intrínsecamente aborrecible y carente de sentido. Por razones evolutivas (véase teoría del rango), la predisposición genética a la hipertimia o a la manía unipolar con euforia son menos comunes que la distimia o la depresión unipolar. La mayoría de los humanos estamos ubicados entre estos dos temperamentos extremos, aunque la distribución está sesgada hacia el lado sur del eje. La genética juega un rol clave en la determinación de estos puntos de ajuste hedónicos, como también la interacción incesante entre nuestros genes y los estresores ambientales. Las dietas inadecuadas, el uso imprudente de drogas y el estrés crónico severo que permanece sin controlar son todas circunstancias que pueden reiniciar el termostato emocional y dejarlo en un nivel inferior que la norma anterior, aunque esta sea en realidad sorprendentemente robusta. A diferencia de los euforizantes recreacionales, los antidepresivos de acción lenta pueden restaurar los puntos de ajuste a la norma anterior o incluso elevarlos. Estos pueden revertir los efectos del estrés: en el caso del grupo basolateral del cuerpo amigdalino, la hipertrofia, mientras que en el caso del hipocampo, el efecto opuesto, la atrofia dendrítica. Pero en la actualidad ninguno de los estabilizadores del estado de ánimo que se prescriben contra la depresión consigue inducir de forma confiable un estado permanente de felicidad, ya sea de la basada en señales de información o constante, serena o maniaca. Nuestra calidad de vida posee un límite superior que ha sido fijado genéticamente y que impide que mejoremos nuestras vidas como un todo.

        ¿Estamos condenados a que los estados de ánimo y la motivación que existen en el universo repitan infinitamente el pasado evolutivo de la vida? ¿Hay alguna probabilidad de que nuestros descendientes transhumanos retengan los filtros afectivos que fueron genéticamente seleccionados en nuestros ancestros homínidos? ¿Optarán las formas de vida superinteligentes por preservar para siempre la arquitectura de la caminadora hedónica primordial? En todos estos casos, probablemente no, aunque es controvertido qué tendrá el mayor impacto sobre la recalibración del eje placer-dolor, si las drogas de diseño, los electrodos neuronales o las terapias génicas. A largo plazo, quizás la ingeniería genética de líneas germinales será la que otorgue la mayor mejora para el bienestar emocional a nivel mundial. Pues la revolución reproductiva de los bebés de diseño es inminente. Gracias a la medicina genómica, los padres del futuro podrán elegir la constitución genética y la personalidad de sus hijos. Pero lo crucial será que los futuros padres podrán seleccionar las configuraciones emocionales de su progenie, en vez de estar obligados a jugar a la ruleta genética. Los padres del futuro, cuando tengan que decidir qué tipo de niños crear, rara vez (presuntamente) optarán por crear niños disfuncionales, depresivos o llenos de malestar. Al margen de las implicancias éticas que implica usar código viejo y corrupto, es mucho más agradable criar niños de temperamento feliz, amoroso y afectuoso.

        El resultado colectivo que las decisiones individuales de estos padres tendrán sobre el código genético de nuestros descendientes será de un alcance amplio. En una era de biotecnología avanzada y medicina reproductiva, la combinación entre drogas de diseño, terapias de genes autosómicos e intervenciones sobre la línea germinal dará lugar a una civilización cuyos miembros habitarán espacios de estado ubicados en un "norte" emocional inimaginable e indescriptible por los humanos modernos. Puede que un día los gradientes heredables de felicidad perpetua sean ubicuos. Quizás los descensos más profundos en el bienestar poshumano serán más magníficos que las más sublimes de las cimas experienciales de hoy. Algo menos intuitivo es que nuestros descendientes con un superbuen pasar, además de ser más felices, podrían tener una constitución más inteligente que los humanos sin modificar. Con la ayuda de las tecnologías de mejoramiento sintético, los gradientes refinados de bienestar emocional intenso pueden jugar un rol de señalización informativa que será al menos tan versátil y sofisticada como los gradientes de malestar emocional o sensaciones de dolor actuales. Dicho de forma simplista, podríamos considerar que la posteridad disfrutará de "felicidad permanente". No obstante, esto puede ser un poco engañoso. Es improbable que los poshumanos sean individuos con cableado cerebral viviendo en perpetuo estado de éxtasis ni tampoco adictos al soma en eterno estado de desconcierto. Por el contrario, es posible que naveguemos por los gradientes de una brújula multidimensional diseñada por agentes inteligentes para perseguir sus propios deseos, a diferencia del código darwiniano que lo precede, el cual está lleno de imperfecciones.

        En teoría, no debería haber necesidad alguna de que el bienestar subjetivo posea disminuciones en la señalización informativa. La razón es que podemos transferir el peso computacional del lado más desagradable o mediocre de la vida a máquinas inteligentes y prótesis neurales. Una brújula solo es útil hasta que llegas a tu destino. Después, es innecesaria. Sin embargo, la posible existencia de una última tule cósmica es mera conjetura y también lo es que al alcanzarla la brújula se vuelva superflua. Lo mismo sucede con la naturaleza de la arquitectura que motivará a la vida de forma provisional durante los próximos miles de millones de años. Siendo menos ambiciosos, para que los humanos imaginen la abolición del sufrimiento o incluso el advenimiento de un paraíso construido por medio de la ingeniería, no es necesario suponer que seremos totalmente cíborgs, que subiremos nuestras consciencias a una computadora ni que perseguiremos cualquiera de las otras posibilidades extravagantes propuestas por los transhumanistas. Tan solo bastaría con que recalibráramos los ajustes por defecto que regulan nuestro tono hedónico basal.

        Por supuesto, la existencia hipotética de un sistema motivacional basado exclusivamente en gradientes adaptativos de felicidad seguiría constituyendo una transición gigantesca en la historia del universo. De lograrse, significaría una revolución ética sin precedente. El diseño genético de nuevas emociones y la "reencefalización" de las antiguas representa un desafío técnico mucho mayor y más especulativo. Nuestro sistema de señalización informativa evolucionó para servir a los intereses de ADN egoísta. Por el contrario, los sistemas hipotéticos encargados de procesar esta información en el futuro podrían dedicarse a los intereses de los vehículos sintientes que transportan este ADN.

        Puede que una revolución así nunca llegue a pasar. Los bioconservadores de todos los sectores están en desacuerdo con los intentos de rediseñar la naturaleza humana. Consideran que la abolición del sufrimiento y la idea del enriquecimiento hedónico radical son mero romanticismo utópico, a lo sumo. Los bioconservadores seculares creen que deberíamos conservar las mismas emociones primarias que tenían nuestros ancestros, las que fueron biológicamente predestinadas desde tiempos inmemoriales. Que la vida humana debería seguir funcionando con los mismos "puntos de ajuste" hedónicos/de dolor que otorgaron eficacia biológica a nuestros ancestros en el ambiente de adaptación de la sabana africana. Los bioconservadores cristianos, por otro lado, opinan que debemos preservar la naturaleza humana porque fuimos creados a imagen y semejanza de Dios. Si esto es cierto, entonces con mucho podemos decir que no dejamos una muy buena impresión de Dios. El bioconservadurismo, sea que tenga buenas intenciones o no, es una receta que perpetúa un ciclo interminable de dolor e infelicidad diabólicos. Si la madre naturaleza de verdad se preocupara por nosotros quizás podríamos dejarla tranquila, como los bioconservadores desean. Pero, a fin de cuentas, este antropomorfismo es una frivolidad moral: manifiesta una total falta de urgencia moral ante la horrible tendencia de heredar el sufrimiento que es endémica a la vida orgánica y ante el imperativo ético de curarlo por los únicos medios posibles, a saber, la biotecnología. Nuestra primitiva gama de emociones y la funesta calibración de nuestra caminadora hedónica persisten hasta hoy solo porque ayudaron a nuestros genes a dejar más copias ("maximizaron su eficacia biológica inclusiva") durante la época premoderna cuando la vida humana era sangrienta y cruel. Por fortuna, la presión de selección en la era de selecciones "antinaturales" que se avecina favorecerá un conjunto de adaptaciones que difieren radicalmente de los rasgos adaptativos desagradables de nuestro pasado darwiniano. Pues al desmantelar la selección natural, la evolución dejará de ser "ciega" y "aleatoria". Los padres del mañana serán agentes cuasi racionales que podrán elegir genomas de acuerdo a los efectos conductuales que se espera que tengan. La presión de selección que estará en operación será más benevolente, pero no menos intensa. Durante los próximos siglos, esta tendencia se acelerará cuando la humanidad gane la batalla contra el envejecimiento. Cuando la Tierra esté habitada por seres cuasi inmortales y se aproxime a su capacidad de carga, la reproducción tendrá que ser planificada de forma meticulosa.

        A finales del tercer milenio, es probable que la salud mental de poshumanos posdarwinianos sea de una riqueza muy superior a la versión pauperizada del siglo XXI. De hecho, para nuestros ilustrados sucesores, es probable que nuestras vidas guiadas por emociones primitivas y agobiadas por el malestar sean consideradas formas de psicosis tóxicas afectivas. Así que, dejando correr la imaginación, si tu ángel guardián te ofrece una píldora para hacerte feliz de forma permanente, quizás estarías loco, en cierto sentido, de negarte. Lamentablemente, la naturaleza de la psicosis afectiva hace imposible que uno esté plenamente consciente de su condición. Por ello uno dudaría de tomarse la píldora. Los críticos, como el profesor Gilbert, están listos para advertirnos sobre los peligros de quienes ofrecen pociones de felicidad permanente, instándonos a "correr lejos y rápido".

        La ironía es que, si llegaras a sucumbir a la mercancía vendida por estos traficantes, podrías correr más rápido y más lejos persiguiendo tus sueños y ambiciones, como bono inintencional de la felicidad prometida. Pues un mayor bienestar suele venir acompañado de mayor motivación, fuerza de voluntad y una mejor capacidad de anticipar la gratificación. Potenciar la función del sistema dopaminérgico mesocorticolímbico también aumenta el rango de estímulos que un organismo considera gratificante. Aunque contraintuitivo, si el enriquecimiento hedónico es bien hecho, la brújula emocional funcionará aún mejor. El enriquecimiento hedónico revierte la indefensión aprendida y la desesperanza conductual monótona que plaga las vidas de las personas con depresión, así como sus manifestaciones subclínicas en humanos darwinianos "normales". El bienestar aumentado es empoderador; tiene el potencial de librarnos de las cadenas bioquímicas del antiguo régimen. En principio, el bienestar aumentado puede ser profundamente compasivo y empático. El enriquecimiento hedónico realza el amor por la vida y el deseo por la autopreservación: una disposición contraria a la desesperanza nihilista característica del trastorno depresivo mayor. En el futuro, una mentalidad feliz que sea heredable puede llegar a ser genéticamente adaptativa si los genes y combinaciones alélicas de diseño que la promueven son atractivas para quienes piensan en ser padres.

        ¿Pero podrá un sistema de procesamiento de información que funcione a base de gradientes de felicidad permanente generar el entendimiento crítico que necesitamos? En principio, al menos, la respuesta es sí. Es posible preservar análogos funcionales del realismo depresivo sin las sensaciones desagradables que caracterizan al desánimo. Una expresión concisa e ingeniosa que se suele usar para definir "información" es "una diferencia que marca la diferencia". Basándonos en lo anterior, lo importante en el contexto del paradigma de la teoría de la información no es la posición absoluta que ocupemos en el eje placer-dolor, sino las variaciones de carácter emocional que posean los estímulos con pertinencia para la eficacia biológica. En el futuro previsible, la brújula emocional sí será necesaria para guiar a quienes posean el superbienestar psicológico en el cielo posdarwiniano, así como a los habitantes del purgatorio darwiniano contemporáneo. El sistema de codificación binario que constituye el eje placer-dolor es increíblemente económico para efectos de navegar por el mundo. La diferencia que nos espera es que pronto nos encontraremos en la posición de domar sus aspectos más crueles al truncar su extremo desagradable y extender ampliamente los confines del extremo opuesto. Crear un sistema motivacional mejor no es solo técnicamente viable; la forma hipotética que adopte será más amable con el usuario final. También mejorarán en gran medida nuestras habilidades de navegación.

        Quizás es el momento apropiado para una analogía de ficción. Como complemento de una supuesta píldora de la felicidad, consideremos una píldora que ofrece la sensación de estar permanentemente divertido. Este segundo fármaco no es (tan) fantástico como suena. En 1998, neurocientíficos de la escuela de medicina de la Universidad de California descubrieron en el cerebro lo que podríamos denominar como "centro del humor", aunque por desgracia nos pueda recordar a la frenología. Aparentemente, la base neural del humor yace en una pequeña región del área motora suplementaria izquierda. Al estimularla eléctricamente, los sujetos no solo se ríen, sino que encuentran todo irresistiblemente divertido, tal y como en historias de ciencia ficción donde individuos con cableado cerebral encuentran todo placentero. En principio, una vez que identifiquemos la firma neurológica del humor mismo, sus sustratos moleculares podrán amplificarse más de lo que la selección natural ha podido hacer a la fecha, lo cual podría conseguirse con píldoras, electrodos neuronales o modificación genética. Siendo algo fantasiosos, podríamos imaginar una civilización que ha sido rediseñada para encontrar todo extremadamente divertido. Ahora, la intuición nos dice que las personas que encuentran todo divertido son incapaces de tener pensamiento crítico, pues los divierte de forma indiscriminada tanto la comedia física y los pésimos juegos de palabra como el sublime ingenio literario. En el caso de que uno valore su sofisticado sentido del humor, uno podría no verse tentado por una píldora que lo dejara entretenido de manera indiscriminada, así como uno podría huir lejos y rápido de una píldora que lo dejara feliz de manera indiscriminada. Pues deseamos actuar y responder a un ambiente cambiante de forma apropiada, aunque el sentido de "apropiado" sea, honestamente, impreciso. Pero si una sociedad avanzada que valora el humor quisiera algún día hacer que la vida fuera divertida a perpetuidad, pero manteniendo el discernimiento y la búsqueda de fuentes de humor de mayor riqueza, no habría ningún obstáculo para que retuvieran el rol que juegan los gradientes de hilaridad en la señalización de información por medio de la recalibración de los ajustes neuronales que vienen por defecto en la escala del humor. Así surgiría una civilización poshumana cuyas mayores preocupaciones serían subjetivamente más hilarantes que nuestros mejores momentos de comedia.

        Por supuesto, el ejemplo anterior es grotesco. No ocurrirá, aunque sea neurológicamente viable cuando hablamos de sujetos de estudio en un contexto experimental. Indudablemente, generalizar la posibilidad de aumentar el humor de manera biológica en toda una población es mera ciencia fantástica; hasta donde sabemos, claro. En comparación con la urgencia de eliminar el sufrimiento, abolir la falta de sentido del humor ni siquiera aparece en el radar de la moralidad.

        Pero no debemos subestimar la versatilidad que ofrece una brújula biológica bien diseñada. En la actualidad, la vida sintiente en la Tierra participa de una economía mental de información que es motivada por gradientes de descontento. Mañana tendremos la opción de remplazarla por una economía mental de gradientes de bienestar.

        Siendo así, ¿sería incorrecto tragarse esa píldora?


* * *

English version, 2006.

traductor: Diego Andrade
diego.andrade.y@gmail.com, 2023.



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